
¿Alguna vez se imaginaron cómo serían de adultos?
Yo sí…
Recuerdo tener una imagen muy clara de mí yo futura: caminando por los pasillos de un aeropuerto, llevando mi maleta de rueditas rumbo a una reunión de negocios en algún país extranjero…
Me imaginaba como una ejecutiva exitosa, viajando en primera clase y haciendo negocios por el mundo.
Ese era mi sueño y puse todo mi esfuerzo para lograrlo, de acuerdo a la fórmula del éxito que me enseñaron mis padres: estudias, te esfuerzas y encuentras un buen trabajo para toda la vida. Un día, sin darme cuenta, me encontré a mí misma ”logrando” lo que yo pensé que era mi sueño: viajar y hacer negocios para una empresa grande, ver mi nombre en memos y entrevistándome con personas de negocios que requerían mi asesoría. ¿Por qué entonces me encontraba cansada, ansiosa y enferma todo el tiempo?
Apenas una probadita de aquella imagen de éxito creada durante mi niñez me permitió darme cuenta de que realmente eso no era lo que yo deseaba. Tenía un buen sueldo, ropa cara y comía en restaurantes elegantes. No obstante, me encontraba estresada, sin lograr conciliar el sueño, constantemente resolviendo problemas cuyas soluciones solo lograban que alguien más se acercara a sus propias metas… y eso definitivamente no me hacía feliz.
Decidí que estaba equivocada; que la felicidad no empataba con mi realidad y con aquella imagen de mujer exitosa; que había crecido y me había preparado sólo para entender que ser feliz no era cuestión de un cheque con muchos ceros y ropa de diseñador. Que sentirme plena representaba hacer realidad mi pasión por el dibujo y la ilustración. Aceptar mi error no fue fácil. No después de tantos años con una imagen tan clara de lo que imaginé sería mi vida. Se necesita valor para aceptar empezar de nuevo. Pero si de algo estaba segura es de que no quería una vida así. Decidí dejarlo todo y seguir mi sueño, con la nueva premisa de que quizá los sueños son sólo eso, y la realidad es esa que tú vas creando día con día.
Había ahorrado lo suficiente para sobrevivir algunos meses y un buen día renuncié a todo aquello que pensé que cumpliría mis requisitos para ser feliz. Debo decir que tenía un plan B, ya que llevaba algunos años trabajando como contribuidora para un sitio de microstock en el que vendía ilustraciones vectoriales, por lo que recibía un “ingreso pasivo”, mismo que, aunado a mis ahorros, me permitiría cierta “libertad financiera”.
Hoy he comprendido que, si algo no nos podemos permitir como milennials, es vivir con miedo. Que tenemos el mayor número de herramientas y posibilidades de la historia, para construir nuestro propio camino. Distinto del que siguieron nuestros padres y distinto del que querían para nosotros. Distinto, inclusive, de aquel que nosotros mismos pensamos que queríamos para nosotros. Que podemos editar, cambiar, corregir la ruta. Tenemos que salir y demostrar (y demostrarnos a nosotros mismos) que somos una generación que valora el bienestar integral, que de verdad buscamos la felicidad en cada uno de nuestros actos.
Así es como comienzo el día de hoy mi blog, después de un año de experimentación y arduo trabajo. Después de redescubrirme a mi misma. Este era el último paso pendiente y finalmente puedo quitarlo de la lista. O tal vez no lo sea, tal vez de nuevo esté equivocada. Quizá esta nueva aventura me lleve a otros lugares, con distintas opciones y distintas personas. Hoy no tengo miedo. Y será para mi un honor que me acompañen a descubrir las nuevas e infinitas opciones que hoy se presentan frente a mi. A seguirme descubriendo a mi misma. En este sendero que no lleva a la felicidad sino que debe ser la felicidad misma…
¿Y tú, ya vas a empezar